Agazapado en un segundo, espero mi momento y de repente salto y pienso:
- ¿Qué he hecho?
Inmediatamente numerosos recuerdos difuminados recorren mi memoria y tan sólo un gesto parece suficientemente claro como para ser el culpable de mis temores.
Es el alcohol: enemigo suburbano de presencia incolora pero cuya ausencia, estremece a quién lo implora.
- ¿Donde estás hoy amigo mío?
Otra botella te ha secuestrado y esta vez no pago tu fianza. Mis arcas están vacías y con ellas mi alma,
perdida en el último trago de alguna botella barata.
Puesto que nuestro héroe no sucumbe a las tentaciones de tan exquisito quehacer vuestro narrador, riega sus palabras una y otra vez.
Escondido en la más sucia habitación de la comarca empuño el bolígrafo con el que comparto mis tardes de lágrimas sentidas y consentidas, mis momentos de euforia, de rabia, de como contener tu mirada mientras los otros callan, vergüenza también la plasma cuando la niñata y creída pija, decide hacerse la maja.
¿Por qué los bares no reparten panfletos blancos de papel, para regarlos de una sabiduría alcohólica y serles siempre fiel?